A
manera de Nivola
por José León Sánchez
Escribir
alrededor de una obra de un hermano escritor no es fácil; a veces se nos enreda
el alma. Cuando Faustino ubicó la
primera página de su novela cerca de las teclas de la máquina de escribir, de
seguro ni por asomo, tenía en la mente el consejo de don Miguel de Unamuno,
Rector en la universidad de Salamanca. Esa mañana, al asomarse a la entrada de
esa casa madre de la sabiduría, observó que ingresaba un hombre.
En ese
instante sintió, cayó en la cuenta de que ese que le venía a buscar a la rectoría, era un
personaje de novela; y más, de una
novela que él no deseaba escribir. Es la forma en que don Miguel de Unamuno
inicia el encuentro en la novela Niebla.
Faustino
al igual que don Miguel, está condenado a la desgracia de escribir esta
novela. ¿Acaso escribir una novela
constituye una desgracia para su autor como escribe Unamuno?
Este
libro es la historia de un niño que colecciona
cosas y sueños. Era Tony Fernández un niño coleccionista, en la misma
forma en que el autor de Platero y yo coleccionaba mariposas.
Este
niño, Faustino, no era en sí un coleccionista de chuncherejos; sin saber el
destino que la vida le deparaba, coleccionaba parte de su propio corazón. Vida
de su vida.
Es
aquí donde Faustino se adentra en las páginas de una novela, es de recordar
(nos lo dice Mark Twain, describiendo los grandes ríos sureños, donde él
pasaría apresado como un alga) que Faustino es un Séneca de una modesta
República, que posee lo mismo que algunas grandes naciones; solo que a estas
últimas les fue necesario derramar ríos de sangre.
Las
islas griegas perdieron parte de su estirpe para poseer el mar. Faustino habita
en una nación tan pequeña como el grano de un frijol colorado en la conciencia
de las naciones, sin embargo, es dueña de dos mares seleccionados por la ira de
Dios. ¡Lástima que a sus nacionales no
les importa nada! Nada de nada.
Faustino
hurga en el alma humana para darnos una novela.
Su
libro está henchido de lugares comunes, que su personaje ― el niño de la
novela―, no ha de olvidar jamás.
He
aquí el libro que Faustino jamás soñó en escribir: “Efectos personales”.
Un mal
título para una buena novela. Faustino nos da una vida (suya, mía, tuya) sin
pensar lo que está narrando.
Este
creador literario se empeña en hacer que una verdad renazca en nuestro
pensamiento y encuentre cobijo al lado del corazón.
¡Ah!,
es que también es un requerimiento analizar cómo escribieron sus obras Carlos
Luis Fallas y Eunice Odio. En la misma forma este escritor Desinach, nos da un
ejemplo de luz entre sus páginas hasta dejarnos como Unamuno un libro no
deseado, empero, tenaz, bello, peligroso y con un sabor de sal de azúcar. ¿Es
que existe la palabra “saldeazúcar”?
Faustino
nos dice que sí… y si él lo dice pues nada,
hay que orientar nuestra carta por tal sendero.
Cada
escritor es un sabio fracasado. Todos, y no existe uno que no lo sea así.
Una
novela bella, angustiosa, un tanto mefistofélica y de esas entre cuyas páginas
no importan los recursos del escritor. Se justifican los medios, pues ya ha
nacido una novela.
Una
novela para reír cuando el escritor ríe, para llorar cuando el escritor llora,
o todo junto. Excepto la indiferencia.
Faustino,
para escribir esta novela, ha tenido por fuerza que hacer un tornado a su vida
de niño, de joven, de casi viejo.
Escribir
que es el único oficio que el artista se ve obligado a vivir.
Hemos
terminado de leer el libro de Faustino. Es Unamuno desde los ventanales de la
rectoría en la Universidad de Granada quien nos hace la referencia, el dolor de
miel y sal al escribir un libro. Puede que sí.
No
hemos tenido culpa al leerlo. Los efectos personales son cosas que seguirá
viviendo su autor, Faustino Desinach.
Por:
José León Sánchez, escritor.
Sobre
la novela Efectos personales
Del
autor: Faustino Desinach
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