La
palabra SEVICIA significa crueldad
extrema y con ese término se defiende el
idioma para informar a los ciudadanos, acerca de los crímenes y otros sucesos
que acontecen en nuestros barrios y ciudades; sin embargo, los periodistas no
usan esa acepción, aunque las escenas
que narran están cargadas de horror.
Existe
un peldaño superior a la sevicia: la agresión sexual; lo que podríamos
clasificar como “sevicia sexual”. Ya el divino marqués de Sade se había ocupado
de estas prácticas y los sicólogos lo encumbraron a la gloria de pionero de la
disciplina, al lado del magnífico Sigmund Freud.
Entre
Sade y Freud explican más la conducta humana que cualquier academia en pleno,
con énfasis en el comportamiento sexual de la raza humana y sus desviaciones.
Al
hablar de desviaciones hay que tomar en cuenta los valores morales, religiosos
y familiares de cada sociedad, pues lo que puede ser aceptado en África bien
podría llegar a ser reprobable en Europa o en América.
A
pesar de esas singularidades culturales, esos dos tipos – Sade y Freud –
aportaron al conocimiento del ser humano algunas cosas invaluables.
Tan
solo los escritores se acercan a estos monstruos de la conducta humana, porque
el escritor trabaja con la imaginación y con ella puede llegar hasta los
confines de lo posible y lo imposible. No en vano, Sade y Freud también
escribieron mucho.
Cuando
un escritor como Faustino Desinach elabora una novela llamada “Perversos”, está
trabajando a lomos de lo que Sade y Freud escribieron tiempo atrás; no
obstante, existe un filón literario aún más comprometido con el legado del
francés y del austriaco: la ficción de la
perversidad sexual.
Quien
se haya informado acerca de este tópico, sabe que la actividad sexual ejercida
en la infancia pervive para siempre y actuará sobre la conducta sexual del
adulto; además, cuando esa actividad sexual es perversa, las consecuencias son
prácticamente incalculables y de ahí resultan los agresores, violadores,
psicópatas y asesinos de toda laya.
Cualquier
analista o crítico literario sabe que cuando el escritor se adentra en este
terreno, está pisando el territorio más complejo de la naturaleza humana y
conforme a ello, debe medir sus pasos con suma cautela, comenzando por el uso
del lenguaje, el cual debe apegarse al tema con la crudeza que exige el
desarrollo de los acontecimientos.
Flaubert
trató la fogosidad sexual de Madame Bovary
con suma elegancia; siglo y medio después ese vocabulario está
totalmente superado.
Desinach
utiliza un lenguaje descarnado, como descarnada es la realidad que viven sus
personajes, envueltos en las agresiones más brutales.
Es
posible que muchos lectores estén en desacuerdo con el lenguaje directo de
novelas como Perversos, pero lo que nunca será reprobable será la honestidad
del escritor, quien apuesta por la coherencia entre los hechos y el lenguaje.
El
subterráneo vivencial de los individuos.
Todo
ser humano lleva consigo un mundo subterráneo que se niega a revelar; esa es la
materia prima de la literatura y a la vez, la piedra filosofal de los
sicólogos; es decir, la zona fundamental que explica el comportamiento de los
hombres y las mujeres.
Hurgar
en esa “ciénaga” es la labor del
amanuense que busca la explicación de nuestros actos más auténticos.
Las personas
que se jactan de poseer una existencia novelable deben estar pensando en su
subterráneo vivencial, ya que solo unos cuantos están llamados a ser héroes,
mártires, genios o descubridores.
Quizás
en la mayor parte de los seres humanos, solo su subterráneo vivencial tiene
valor literario; el resto es monotonía y sumatoria de tiempo sobre tiempo.
Faustino
se ha colado en las aguas negras de varios personajes: Julio César, Raquel, el
fiscal y su amante, el sacerdote, la madre y la tía de los primeros y hasta el
mismo autor se revela en fragmentos de cada uno de ellos.
El
coraje del autor es admirable puesto a prueba ante un argumento duro y
exigente.
Puro
realismo sucio.
El
marqués de Sade creó una escuela literaria que no es estilo, es crudeza y sinceridad;
Freud – para mi gusto – es más interesante como escritor de ficciones que como
sicólogo.
Sade fue vasto en la descripción de sus aficiones
sexuales; Freud especuló con temas
inéditos como la sexualidad de los niños y el deseo carnal por la madre.
Los
dos exploraron asuntos espinosos e inéditos y el tiempo los consagró como
pioneros en la comprensión de la materia más oscura de sus congéneres.
Los
novelistas que se aventuran en los derroteros que iniciaron Sade y Freud saben
que aún en los tiempos que corren, se verán ante duros problemas antes de ser
comprendidos y aceptados, mucho menos esperar reconocimientos.
Los
escritores como Faustino Desinach carecen de autocrítica moral, lo que en otros
autores significa autocensura y limitación de la libertad creadora y en ese
proceso, es necesaria una cuota extraordinaria de coraje.
Eso se
percibe en la novela Perversos.
Al
escribir esto me siento relevado de afirmar que la obra es buena o mala,
recomendable o espernible, moralista o depravada, culta o popular. Lo que sí
cabe decir es que es saludable leer
novelas originales que se salen de la norma, del promedio, y se deslizan por la
cuerda floja que la mayoría se empeña en evadir.
Es
importante rescatar un hecho fundamental de la novela Perversos: al menos uno
de sus personajes se salva a pesar de la sevicia sexual que sufrió en su niñez:
Raquel.
Este
hermafrodita trasciende la problemática, elige un destino superior, invierte
voluntad y recursos en sus objetivos y
se lanza a la conquista de un futuro mejor.
Triunfa
por su temple y limpia su horroroso pasado, lo cual contiene una altísima dosis
de calidad en el mensaje literario.
Solo
por esto la novela ya es digna de leer.
Dentro
del entramado general de la novela, existe la sevicia sexual como telón de
fondo; al lector le corresponde hacer el trabajo de disección, para rescatar lo
positivo entre el pavor que rodea a todos los hombres.
Mario
Zaldívar
13
diciembre 2015.
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